jueves, 5 de enero de 2012

THE YELLOW SEA (Lo que a los norcoreanos no les es permitido llorar)





Título original: Hwanghae. 
Dirección y guion: Na Hong-jin
Año: 2010. 
Duración: 140 min. 
Interpretación: Ha Jung-woo (Gu-nam), Kim Yun-seok (Myun), Cho Seong-ha (Kim), Lee Chul-min (Choi). 


  Como saben, el extravagante dictador de Corea del Norte, Kim Jong-il, murió de fatiga hace tres semanas en un viaje en tren, según fuentes oficiales. Cómo es esto posible, no lo sabemos, pero teniendo en cuenta que en su país creen que su nacimiento coincidió con el origen de una estrella y otra clase de delirios que lo convirtieron en semidiós para sus súbditos, nos creemos cualquier cosa que se inventen con tal de mantener en pie esa diabólica maquinaria de lavado de cerebros que es ese país, donde los ciudadanos lloran en coro como si el alma se les escapase por la boca. Son las pocas imágenes que se le ha permitido ver al mundo sobre una de las naciones más pobres y aisladas del planeta, y en efecto, parece otro mundo. Uno no cree que eso sea posible, que ésa sea la realidad, pues realidades hay muchas y muy desconocidas y algunas muy crudas, como la que muestra la película que se estrena hoy, a quien un crítico calificó como Michael Mann a la coreana.

  En la ciudad de Yanji, entre Corea del Norte, China y Rusia, la mitad de la población vive de actividades ilegales. Un taxista debe pagar la deuda que contrajo con la mafia y que permitió a su mujer viajar a Corea del Sur en busca de una vida mejor. Consciente de que deberá trabajar durante años para recuperar el dinero, su única solución pasa por aceptar el peligroso trato que le propone el jefe mafioso Myun: cruzar la frontera de Corea del Sur para asesinar a una persona. No obstante, lo que parecía un plan sencillo pronto se complicará hasta límites insospechados.

  Película cruda tanto por lo que cuenta como por cómo lo cuenta, aborda a la manera de un thriller social las miserias a las que una parte de la población mundial deben hacer frente sin más expectativa que la muerte y el infinito de una vida sumida en la violencia, la criminalidad, las mafias y la pobreza. Valiosa por su carga social y como descubrimiento de nuevas aunque difíciles realidades, también es un efectivo thriller sangriento que, una vez superado lo lento de su planteamiento, no deja respirar, provocando una tensión pareja a la que sufre el esforzado protagonista interpretado brillantemente por el actor Ha Jung-woo, que hace un alarde no sólamente interpretativo, sino físico, pues su papel es de una exigencia extrema. Como contrapunto encontramos al temible Kim Yun-seok, que dota a su villano de un carisma acorde con su brutalidad, es decir, enormes. Uno desea tanto que aparezca como teme lo que va a hacer al segundo siguiente, habida cuenta de su gusto por las hachas. Su excesiva crueldad, en cambio, acaba por resultar paródica, pues su resistencia y maldad extremas casi lo convierten en un malo de cómic abocado a la inmortalidad.

  Magníficamente dirigida (Premio al Mejor Director en Sitges) y con un empleo soberbio del montaje, la violencia sin descanso, con miembros amputado por doquier y sangre a borbotones, que tanto distingue a cierto cine coreano sin por ello mermar su calidad (ahí tenemos Old Boy, aunque éste prefería los martillos), lo enrevesado de las intrigas mafiosas y su larga duración hacen que la película pierda algo de fuelle y que la atención se vea mermada y con ello su efectividad, a lo que se suma que el descubrimiento de la razón última de tanta violencia pueda resultar decepcionante. O quizá es que no tenía yo el día (que no lo tenía)y mi cerebro alcanzó el tope de violencia que es capaz de asimilar. Otros, más sádicos (sólo en su imaginación y en cine, que conste, o eso espero), saldrán encantados.

  En todo caso, más  violentas y pornográficas y dañinas resultan las dictaduras que abocan a realidades desconocidas como las que esta película refleja. Por muchos oropeles y mitologías con que las quieran adornar.

P.S.: Aviso, el porqué del título nunca queda claro, el director sentía que debía ser ése y no lo pensó mucho más, según sus propias palabras.
  

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